La fecha se celebra en homenaje al nacimiento del escritor argentino Leopoldo Lugones, en 1874.
Lugones nació el 13 de junio de 1874 en Villa María del Río Seco, Córdoba, y se suicidó el 18 de febrero de 1938 en un hotel del Tigre. Fue la SADE la que estableció la fecha de su nacimiento como el Día del Escritor en la Argentina.
Poeta, narrador, bibliotecario, pedagogo y ensayista, en su obra forjó una vanguardia literaria que rompió con la herencia hispanista y sentó así las bases de una literatura moderna, siempre en la búsqueda de una lengua propia para nuestro país. Admirador de Rubén Darío, fue autor de una treintena de libros, entre ellos, Los crepúsculos del jardín, Las fuerzas extrañas, Las horas doradas y La guerra gaucha, que fue llevada al cine en 1942 por Lucas Demare.
Para Lugones, el rol del escritor estaba unido al destino de su país y, por lo tanto, debía ser parte de su acción política. Admirador de las bibliotecas populares (contaba anécdotas sobre cómo lo marcó la biblioteca de su pueblo), dirigió hasta su muerte la Biblioteca Nacional de Maestros y contribuyó a diseñar una reforma para la educación secundaria argentina.
Fuente: cultura.gob.ar
En la Biblioteca del Instituto celebramos este día repartiendo literatura a nuestros visitantes. En esta oportunidad, obsequiamos palabras del reconocido autor Carlos Skliar, quien nos visitará próximamente en la Jornada de Educación: “La Educación como Derecho: reflexiones sobre los pliegues en la formación docente”.
Seleccionamos textos pensando como eje “el tiempo”, ya sea en, y/o de, la escritura. Los esperamos para compartir un momento literario en la biblioteca o al paso.
La forma del tiempo.
La forma del tiempo:
un breve adiós
para un siglo de nostalgia.
Una honda tempestad
para regresar al reencuentro.
La fórmula del tiempo:
nunca irse demasiado pronto,
nunca quedarse demasiado lejos.
Carlos Skliar
Qué pena que las cosas deban servir para algo y que los hilos desteñidos, los trompos rotos, las estrellas fugaces, deban enterrarse.
Mucho mejor sería que nada sirviera para nada, que los cuerpos, la comida y las calles no fuesen mercancías.
Y danzar con las manos, con los ojos, con el tiempo, y que la vida sea para siempre infancia.
Carlos Skliar